El Corán, fuente de conocimiento y de acción (parte 2)

Vie, 05/05/2017 - 07:52

La Palabra de Dios en el Islam es el Corán; en el Cristianismo es Cristo. El vehículo del Mensaje Divino en el Cristianismo es la Virgen María; en el Islam es el alma del Profeta. El Profeta tiene que ser iletrado por la misma razón por la que la Virgen María tiene que ser virgen. El vehículo humano de un Mensaje Divino tiene que ser puro e inmaculado. La Palabra Divina sólo puede escribirse sobre la tabla pura e “intacta” de la receptividad humana. Si esta palabra tiene forma de carne, la pureza viene simbolizada por la virginidad de la madre que da a luz a la Palabra, y si tiene forma de libro, esta pureza viene simbolizada por la naturaleza iletrada de la persona que es escogida para anunciar esta Palabra entre los hombres. No tendría ninguna lógica rechazar la naturaleza iletrada del Profeta mientras se defiende la virginidad de María. Ambos simbolizan un

La Palabra de Dios en el Islam es el Corán; en el Cristianismo es Cristo. El vehículo del Mensaje Divino en el Cristianismo es la Virgen María; en el Islam es el alma del Profeta. El Profeta tiene que ser iletrado por la misma razón por la que la Virgen María tiene que ser virgen. El vehículo humano de un Mensaje Divino tiene que ser puro e inmaculado. La Palabra Divina sólo puede escribirse sobre la tabla pura e “intacta” de la receptividad humana. Si esta palabra tiene forma de carne, la pureza viene simbolizada por la virginidad de la madre que da a luz a la Palabra, y si tiene forma de libro, esta pureza viene simbolizada por la naturaleza iletrada de la persona que es escogida para anunciar esta Palabra entre los hombres. No tendría ninguna lógica rechazar la naturaleza iletrada del Profeta mientras se defiende la virginidad de María. Ambos simbolizan un aspecto profundo de este misterio de la revelación y, una vez entendido, no se puede aceptar el uno y rechazar el otro. La naturaleza iletrada del Profeta demuestra cómo el receptáculo humano es completamente pasivo ante lo Divino. Si no existiera esta pureza, la Palabra Divina se ensuciaría, en cierto sentido, de un conocimiento simplemente humano, en vez de aparecérsele a la humanidad en su pureza original. El Profeta fue simplemente pasivo ante la revelación que recibió de Dios. No le añadió a esta revelación nada que se hubiera inventado él mismo. No escribió un libro, sino que le transmitió a la humanidad el Libro Sagrado. Para llevar más lejos esta analogía se puede señalar el hecho de que el Corán, al ser la Palabra de Dios, corresponde a Cristo en el Cristianismo, y la forma de este libro, que, al igual que el contenido, viene dictada por el Cielo, corresponde en cierto sentido al cuerpo de Cristo. La forma del Corán es la lengua árabe, que, religiosamente hablando, es tan inseparable del Corán como el cuerpo de Cristo lo es de Cristo mismo. El árabe es la lengua sagrada del Islam, pero no es la única lengua científica y de cultura; de hecho, en este campo, el persa ha desempeñado un papel esencial en las tierras orientales del mundo islámico desde Persia a la China. El árabe es sagrado en el sentido de que es una parte integral de la revelación coránica cuyos mismos sonidos y palabras desempeñan un papel en los actos rituales del Islam.
Por supuesto, no se pretendía que el Islam fuera sólo para los árabes, y no hace falta saber bien árabe para ser un buen musulmán. Ha habido muchos grandes santos musulmanes que apenas sabían hablar en árabe. Pero los pasajes del Corán que se recitan en las oraciones y actos de adoración deben ser recitados en la sagrada lengua árabe, única que nos permite penetrar en el contenido y ser transformados por la presencia y gracia divinas (baraka) del Libro de Dios. Por eso, aunque no hace ninguna falta saber bien árabe para ser musulmán, hace falta como mínimo conocer los versículos coránicos necesarios, que desempeñan un papel tan importante en los actos de adoración. Por el mismo motivo, el Corán no puede traducirse a ningún idioma con propósitos rituales, y también por ello los musulmanes no árabes han cultivado el estudio del árabe, pero no el que se usa en hablar sobre asuntos cotidianos, sino el árabe coránico que forma parte de la educación religiosa por todo el mundo musulmán y que ayuda a leer y entender el Libro de Dios. A los occidentales les resulta difícil entender el sentido de una lengua sagrada y la función que cumple en ciertas religiones, ya que en el Cristianismo no hay ninguna lengua sagrada. Y por este mismo motivo, del mismo modo, muchos musulmanes modernizados no pueden entender este importante asunto, ya sean musulmanes no árabes que intentan sustituir el árabe por otros idiomas islámicos en los actos de adoración, o bien árabes mismos que intentan secularizar la lengua árabe. Estos últimos se aprovechan de que Dios lo escogiera como lengua de revelación, no sólo para los árabes sino para un amplio espectro de la humanidad en sí, y confunden el papel sagrado de la lengua árabe en el Islam con su supuesto papel dentro de formas vigentes de nacionalismo étnico y lingüístico. Para entender el papel de la lengua árabe en el Islam, debemos mirar por un momento a las otras grandes tradiciones religiosas del mundo. Se ve inmediatamente que hay dos tipos de tradiciones: uno se basa en el fundador de la tradición, que es considerado una “revelación divina”, encarnación o, en términos hindúes, avâtara, y que es en sí mismo la “palabra de Dios” y el mensaje del Cielo. En esas tradiciones no hay ninguna lengua sagrada, ya que el cuerpo o forma externa del fundador es en sí la forma externa de la Palabra. Por ejemplo, en el Cristianismo, Cristo mismo es la Palabra de Dios y no importa si se celebra la misa en griego, latín o, llegado el caso, árabe o persa, para poder participar en el “cuerpo y sangre” de Cristo. En la iglesia católica el latín es una lengua litúrgica, no una lengua sagrada. O, por tomar un caso fuera de las tradiciones abrahámicas, en el Budismo el avâtara o “encarnación” es el Buda mismo. Los primeros textos budistas aparecieron en sánscrito. Después se tradujeron al pâli, al tamil, al tibetano, al chino, al japonés y a otros muchos idiomas. Uno puede ser un perfecto budista sin saber sánscrito y leer los textos religiosos en, digamos, japonés. Una vez más, aquí la forma de la “Palabra” no es un idioma, ya que la “Palabra” no es un libro sino una persona. Antes bien, la forma es el aspecto externo del Buda y sabemos que en el Budismo la belleza misma de las imágenes de Buda salva. En contraste con estas tradiciones que, por lo menos en este sentido, se parecen unas a otras, aunque el Budismo y el Cristianismo se diferencian profundamente de otras maneras, hay otras en que el fundador mismo no es el mensaje del Cielo, la Palabra de Dios, sino que es el mensajero de esta Palabra. De hecho, este es el punto de vista desde el cual el Islam entiende toda revelación, de modo que al fundador de una religión se le da el nombre de rasûl, literalmente alguien que trae de Dios una risâla o mensaje. En este tipo de religiones, ya que el fundador mismo no es la Palabra y su forma externa no es directamente la forma de la Palabra, tiene que haber una lengua sagrada inseparablemente conectada con el contenido del mensaje y escogida providencialmente como su vehículo de expresión. Las palabras y sonidos mismos de esa lengua sagrada son partes de la revelación y desempeñan en esas religiones el mismo papel que el cuerpo de Cristo en el Cristianismo. Por seguir citando ejemplos, podrían mencionarse el Judaísmo y el Islam y, en un clima diferente, el Hinduismo. Moisés fue un profeta que trajo del Cielo un mensaje. Este mensaje tiene el hebreo como lengua sagrada. Un judío ortodoxo podría escribir teología y filosofía en árabe como hizo Maimónides, pero no podría cumplir sus ritos ni leer ritualmente la Torá en nada que no fuera el hebreo. Podría hacer un análisis filológico o filosófico de la Torá en otro idioma, por ejemplo en griego como hizo Filón, pero no podría participar en la “Presencia Divina” del Libro de Dios sino a través de la lengua sagrada del Judaísmo. En el Hinduismo uno podría leer los Vedas cien veces en bengalí, pero igualmente, en los ritos religiosos, un brahmán debe recitar los Vedas en sánscrito. El sánscrito es la lengua sagrada del Hinduismo, pero el Budismo, que también usó el sánscrito al principio, no depende de él del mismo modo. Lo mismo se aplica mutatis mutandis al Cristianismo frente al hebreo o al arameo. A la luz de este análisis es quizás más fácil entender cual es el papel de la lengua árabe en el Islam. Un persa podría llegar a ser un gran científico o filósofo musulmán y escribir en persa, como ha ocurrido a menudo. O, de hecho, puede componer poesía sufí en persa, lo cual se ha hecho también tan ampliamente que la poesía sufí en persa es más rica que en árabe. Un turco podría gobernar sobre millones de musulmanes como sultán y, sin embargo, no saber hablar nada de árabe, como ha ocurrido durante muchos siglos. Un musulmán del subcontinente indio podría escribir en persa sobre jurisprudencia islámica, como de hecho ha ocurrido a menudo, más que en la misma Persia. Todos estos casos son legítimos y, de hecho, bastante naturales ya que el mundo de habla árabe es sólo una parte del mundo islámico. Pero ni un musulmán persa, ni turco, ni indio podría participar de la baraka del Libro Sagrado y cumplir con sus ritos como musulmán si usara, por ejemplo, el turco o el persa en las oraciones diarias. La eficacia de las oraciones canónicas, las letanías, las invocaciones, etc., reside no sólo en el contenido sino también en los mismos sonidos y reverberaciones de la lengua sagrada. La religión no es filosofía o teología que se dirija sólo al plano mental. Es el método para integrar todo nuestro ser, incluyendo lo psíquico y lo corporal. La lengua sagrada sirve precisamente como un medio providencial con el que el hombre no sólo puede llegar a pensar sobre las verdades de la religión, lo cual es sólo para gente con un cierto tipo de mentalidad, sino participar de una norma divina con todo su ser. Esta verdad es aplicable universalmente, y en particular queda demostrada claramente en el caso del Corán, cuyas fórmulas y versículos son referencia para la vida del musulmán y cuya repetición continua le proporciona al hombre la protección del Cielo en la confusión de su existencia terrenal. Mucha gente, sobre todo no musulmanes, al leer el Corán por primera vez, se sorprenden por lo que se presenta como una especie de incoherencia desde el punto de vista humano. No se parece a un texto de mística elevada ni a un manual de lógica aristotélica, aunque contiene tanto mística como lógica. No es simplemente poesía, aunque contiene la más poderosa poesía. El texto del Corán revela el lenguaje humano aplastado por el poder de la Palabra Divina. Es como si el lenguaje humano se rompiera en mil fragmentos al modo de una ola que rompiera contra las rocas del mar. A través de la fragmentación del lenguaje del Corán se siente el poder de lo Divino de donde procede. El Corán presenta el lenguaje humano con toda la debilidad inherente en él, convirtiéndose de repente en el receptáculo de la Palabra Divina y presentando su fragilidad ante un poder que es infinitamente mayor de lo que el hombre puede imaginar. El Corán, como todo texto sagrado, no debería ser comparado con ningún tipo de escrito humano, pues se trata precisamente de un mensaje divino en lenguaje humano. Lo mismo vale para la Biblia que, recordémoslo, incluye no sólo los Evangelios sino también el Antiguo Testamento y el Libro de la Apocalipsis. Ahí se ve, como en el Corán, un elemento que parece incoherente. Sin embargo, lo incoherente no es el texto sagrado. Lo incoherente es el hombre mismo y le exige mucho esfuerzo integrarse a sí mismo en su Centro, de modo que el mensaje del Libro Divino le resulte claro y le revele su sentido interior. Toda la dificultad al leer el Corán e intentar comprender su sentido es la inconmensurabilidad entre el mensaje divino y el receptor humano, entre lo que Dios habla y lo que el hombre puede oír en un idioma que, a pesar de ser una lengua sagrada, sin embargo es un idioma humano. Pero es una lengua sagrada porque Dios la ha escogido como Su instrumento de comunicación, y Él siempre escoge “hablar” en un idioma que es primordial y que expresa las verdades más profundas en los términos más concretos. Sólo más tarde la lengua sagrada desarrolla una dimensión abstracta y filosófica. Una lengua sagrada es profunda pero habitualmente presenta una superficie poco desarrollada, como se puede ver en el árabe coránico. Cada palabra es portadora de un mundo de significados en su interior y nunca hay una explicación completa “horizontal” y didáctica de su contenido. No obstante, el Corán contiene distintos tipos de capítulos y versículos, alguno de los cuales son didácticos y explicativos, aunque no en un sentido exhaustivo, y otros poéticos, habitualmente cortos y directos. El Corán se compone de una vegetación densa e intrincada como la de los bosques, a menudo combinada de repente con la geometría, simetría y claridad del reino mineral, de un cristal expuesto a la luz. La clave del arte islámico es, de hecho, esta combinación de formas vegetales y minerales tal y como la inspira la forma de expresión del Corán, que presenta este carácter con claridad. Algunos versículos o capítulos se extienden como arabescos que luego tomaron forma en el mundo material como decoración de mezquitas combinados con los versículos mismos del Corán. Otros son estallidos repentinos de una idea extremadamente clara y oportuna expresada en un lenguaje que es mucho más geométrico y simétrico, como se ve en particular en los últimos capítulos del Libro Sagrado.
Fuente:FatimaTV.es

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