El servicio a Dios es la libertad perfecta. No es restringida ni limitada. Las restricciones disminuyen las capacidades y la felicidad del hombre.
Pero el servicio a Dios viste el alma con la armadura de Dios, la protege contra ataques del diablo y desvía los dardos envenenados de los pecadores. Verdaderamente, servir a Dios es obedecer sus leyes. Pero esta obediencia es a libre elección del amor. Y sus leyes son esas normas morales absolutas que formulan la verdadera esencia de la naturaleza humana, como le hizo su Creador para ser mejor. Ningún hombre que ha doblado su cerviz ante el yugo de los acaparadores de dinero o de los adoradores del poder puede gozar nunca de una vida libre en una sociedad libre. Decía el Imam Alí (P): “La piedad es la clave de la honestidad y la pureza y para adquirir méritos ante el Día del Juicio.
Es la liberación de todas las cadenas, la salvación frente a los golpes de la adversidad. La piedad pone el objetivo del hombre a su alcance, aleja al diablo, eleva el alma y le ayuda a obtener sus deseos de corazón”. Recordad que dio este mensaje en una época en que la violencia, la opresión, el error y las luchas de clase y raciales imperaban entre los hombres. Las distinciones que repugnan a la razón, a la virtud y a la libertad estaban en auge.
El débil y el pobre carecían de cualquier derecho humano y protección social. Con imparable coraje moral, el pionero del Islam puso fuera de la ley todas esas diferencias y conflictos, tan ilegítimos, tan supersticiosos y tan equivocados. Las reemplazó ordenando que se respetasen la igualdad y la equidad más perfecta para todos los individuos. Ordenó que, bajo los auspicios de la total sumisión a la voluntad de Dios, todo tipo de libertad razonable fuera puesta en posesión del hombre; de tal forma que las clases desheredadas de la sociedad, que nunca antes habían tenido ningún tipo de poder para expresar sus deseos sino que sólo habían sentido la reacción de la violencia y la opresión si osaron protestar contra la voluntad de la clase gobernante, podían ahora, bajo la vital justicia de las leyes islámicas, encontrar el poder político y social de que carecían y, hombro con hombro, avanzar hasta tener su plena y justa parte en el liderazgo de sus naciones.
Referencias
Islam y racismo, Sayyed Mujtaba Musawi Lari.
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